jueves, 3 de diciembre de 2009

Capitulo VII

Para Nietzsche el designio del origen de la tragedia todavía no está claro, ni puesto a estudio desde la perspectiva del conjunto de todos los principios artísticos. Remite y arremete contra la tradición griega que expone Aristóteles de que la tragedia nace del coro. El profundiza en la esencia de ese coro y lo extrapola a las bases del público. Eximiéndole de la representación “democrática” de “la voz del pueblo”. Quitándole toda reminiscencia socio-política y dándole una visión más “básica” desde el punto de vista espectacular como promulga Schlegel. Nietzsche llama tosca a esta visión pero la dota de una perspectiva sublime. En lo básico muchas veces está la verdadera esencia. Diciendo también que Schlegel alude a que la escena es la que incide sobre el público. Con lo cual el coro sería la incidencia más directa con la escena. El concepto antiguo no alcanza esa máxima sino como conciencia moral, con lo cual para Nietzsche el concepto de espectacularidad en la forma clásica se pierde.

Con referencia al planteamiento de Schiller, lo describe al coro como lo trágico en sí mismo sin ornamentaciones externas de decorados naturalistas quitándole todo esa presencia magnánima de la poética dramática y que este estado del coro es el arte en sí mismo de la esencia natural de la tragedia. Desdeña nuevamente de manera absoluta las bases sobre la que se ha erguido la tragedia hasta entonces y la pone en constante duda desde su “orgullo” primigenio que es la aparición del coro y lo que representa.

Habla del sátiro coreuta como el individuo más cercano a lo humano. Dándole individualidad frente al colectivo y presencia por sí mismo. Resaltando la naturalidad de esta figura del sátiro como los instintos primitivos del hombre, que es ahí donde se reconoce el ser humano y no en la fuerza de la colectividad que es como un refugio de un todo, donde el individuo está respaldado por la masa y no él frente a sí mismo y sus debilidades.

Es ahí en ese reconocimiento del individuo, es cuando uno penetra en la verdad, es cuando uno es capaz de entender, y que las ornamentas y lo antinatural de seres legendarios o divinidades no llegan a entrar en la esencia real del hombre. Lo dionisiaco es lo más cercano y más reconocible por ende en el individuo, la náusea de la verdad lo salva la elevación de al arte en sí mismo y lo llena de vida propia. El arte es la magia del pensamiento que hace de la existencia lo sublime.


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