El nacimiento de la tragedia, parágrafo 5
Friedrich Nietzsche se pregunta por el origen del genio dionisíaco-apolíneo (en definitiva del arte, y concretamente de la tragedia) y para ello recuerda que Homero y Arquíloco son dos poetas que personifican dos fuerzas que están en el origen de la vida (y por consiguiente, como veremos, también del arte): la apolínea, representada por Homero, y la dionisíaca, representada por Arquíloco.
Lo dionisíaco se identifica con un estado de apasionamiento, con los instintos desatados, con la violencia y el querer, con la embriaguez, la borrachera. Para ampliar la definición podríamos añadir que está relacionado con la animalidad, incluso con el concepto de lo inconsciente. Se refiere también al devenir de la naturaleza que no entiende de formas ni de límites. Por el contrario lo apolíneo procede de la serenidad, la mesura, el fingimiento, la observación y la estabilidad mediante reglas fijas.
Debido a la caracterización anterior es facil asociar con lo subjetivo al artista (Arquíloco) que canta sus quereres y, recordemos, sólo a modo de personificación, simboliza lo dionisíaco. En este sentido Arquíloco no saldría de su subjetividad y no poseería el carácter objetivo y universal que se le suele requerir al arte. Es comprensible que se asocie lo apolíneo a lo objetivo, ya que desde el punto de vista de los indivíduos lo objetivo debe presentarse fuera de ellos, mediante una distancia.
Pero en este escrito se ofrece una visión del mundo que resuelve esta oposición entre lo dionisíaco y lo apolíneo, lo subjetivo y lo objetivo. Esta visión se basa en en lo Uno primordial, idea importantísima en el capítulo 5 y en el resto del libro. Esto sería lo que está en el fondo de todas las apariencias, de todas las imágenes, las voluntades individuales, las pasiones, las reglas, y que abastece de existencia a todo lo que existe. Y el “artista dionisíaco”, recordemos, sólo como personificación de esa fuerza vitial, se identifica, se funde, en lo Uno primordial. Desde el punto de vista de esta realidad unitaria e incomprensible es desde la que separar lo objetivo de lo subjetivo no tiene sentido.
Por otro lado, la música, y por participación la lírica, se asocia a lo dionisíaco; expresa directamente, o casi directamente, eso que se define como Uno primordial. De esta forma explica Nietzsche que Arquíloco hablara no como hombre, sino como poeta.
Por lo anterior es por lo que se recuerda a Schiller cuando dice que al poetizar es necesario “un estado de ánimo musical”, es decir, para poetizar y expresar algo mediante la serenidad apolínea es necesario tener contacto con ese origen de la vida.
Nietzsche relaciona además esa idea de lo Uno primordial con la voluntad, pero no como querer individual, sino precisamente como una voluntad “común” a todo, primordial (precisamente el coro, además de ser musical, es un elemento relacionado con lo común por su propia naturaleza colectiva) .
Dice:
“el individuo que quiere y que fomenta sus finalidades egoistas, puede ser pensado únicamente como adversario, no como origen del arte. Pero en la medida en que el sujeto es artista, está redimido ya de su voluntad individual y se ha convertido, por así decirlo, en un medium a través del cual el único sujeto verdaderamente existente festeja su redención en la apariencia.”
Si entendemos que lo “uno primordial” es un principio de la vida, y del arte, no comprensible, relacionado con lo no fingido, las pasiones, la embriaguez, las emociones, las contradicciones, el destino, el orgullo, la hybris… comprenderemos que según esta idea, el arte mismo, y la tragedia, viven de esa tensión entre todo lo anterior, y la necesidad de hacerlo comprensible, en definitiva de transmitirlo.
Para terminar se puede matizar que en nuestro contexto no es necesario asumir la idea de “lo uno” como algo que está en el fondo de todo, como un manantial del que mana todo lo que existe, y en su caso el arte. En términos de lo dionisíaco y lo apolíneo, no tiene por qué ser lo dionisíaco algo inmutable. Podemos entenderlo como algo que convive con lo apolíneo, de forma retroalimentaria. Asociando lo apolíneo a lo convencional y lo dionsíaco a lo que irrumpe en la regla y la reconstruye por medio de otras reglas, con una realidad siempre misteriosa y extraña; así se explica de forma nietzscheana el origen del arte.
Nietzsche habla del “principio de individuación” como lo que hace posible que cada uno de los individuos sobrevivan, por encima de la locura, de la trágica existencia। Es lo que permite expresar la voluntad común (lo “uno”, la naturaleza incomprensible) mediante la voluntad individual y lo que permite al artista, mediante las reglas apolíneas, pero siempre en contacto con lo dionisíaco [“Sócrates (apolíneo) cultivador de la música (dionisíaca)”] mostrar la verdad de la vida:
Friedrich Nietzsche se pregunta por el origen del genio dionisíaco-apolíneo (en definitiva del arte, y concretamente de la tragedia) y para ello recuerda que Homero y Arquíloco son dos poetas que personifican dos fuerzas que están en el origen de la vida (y por consiguiente, como veremos, también del arte): la apolínea, representada por Homero, y la dionisíaca, representada por Arquíloco.
Lo dionisíaco se identifica con un estado de apasionamiento, con los instintos desatados, con la violencia y el querer, con la embriaguez, la borrachera. Para ampliar la definición podríamos añadir que está relacionado con la animalidad, incluso con el concepto de lo inconsciente. Se refiere también al devenir de la naturaleza que no entiende de formas ni de límites. Por el contrario lo apolíneo procede de la serenidad, la mesura, el fingimiento, la observación y la estabilidad mediante reglas fijas.
Debido a la caracterización anterior es facil asociar con lo subjetivo al artista (Arquíloco) que canta sus quereres y, recordemos, sólo a modo de personificación, simboliza lo dionisíaco. En este sentido Arquíloco no saldría de su subjetividad y no poseería el carácter objetivo y universal que se le suele requerir al arte. Es comprensible que se asocie lo apolíneo a lo objetivo, ya que desde el punto de vista de los indivíduos lo objetivo debe presentarse fuera de ellos, mediante una distancia.
Pero en este escrito se ofrece una visión del mundo que resuelve esta oposición entre lo dionisíaco y lo apolíneo, lo subjetivo y lo objetivo. Esta visión se basa en en lo Uno primordial, idea importantísima en el capítulo 5 y en el resto del libro. Esto sería lo que está en el fondo de todas las apariencias, de todas las imágenes, las voluntades individuales, las pasiones, las reglas, y que abastece de existencia a todo lo que existe. Y el “artista dionisíaco”, recordemos, sólo como personificación de esa fuerza vitial, se identifica, se funde, en lo Uno primordial. Desde el punto de vista de esta realidad unitaria e incomprensible es desde la que separar lo objetivo de lo subjetivo no tiene sentido.
Por otro lado, la música, y por participación la lírica, se asocia a lo dionisíaco; expresa directamente, o casi directamente, eso que se define como Uno primordial. De esta forma explica Nietzsche que Arquíloco hablara no como hombre, sino como poeta.
Por lo anterior es por lo que se recuerda a Schiller cuando dice que al poetizar es necesario “un estado de ánimo musical”, es decir, para poetizar y expresar algo mediante la serenidad apolínea es necesario tener contacto con ese origen de la vida.
Nietzsche relaciona además esa idea de lo Uno primordial con la voluntad, pero no como querer individual, sino precisamente como una voluntad “común” a todo, primordial (precisamente el coro, además de ser musical, es un elemento relacionado con lo común por su propia naturaleza colectiva) .
Dice:
“el individuo que quiere y que fomenta sus finalidades egoistas, puede ser pensado únicamente como adversario, no como origen del arte. Pero en la medida en que el sujeto es artista, está redimido ya de su voluntad individual y se ha convertido, por así decirlo, en un medium a través del cual el único sujeto verdaderamente existente festeja su redención en la apariencia.”
Si entendemos que lo “uno primordial” es un principio de la vida, y del arte, no comprensible, relacionado con lo no fingido, las pasiones, la embriaguez, las emociones, las contradicciones, el destino, el orgullo, la hybris… comprenderemos que según esta idea, el arte mismo, y la tragedia, viven de esa tensión entre todo lo anterior, y la necesidad de hacerlo comprensible, en definitiva de transmitirlo.
Para terminar se puede matizar que en nuestro contexto no es necesario asumir la idea de “lo uno” como algo que está en el fondo de todo, como un manantial del que mana todo lo que existe, y en su caso el arte. En términos de lo dionisíaco y lo apolíneo, no tiene por qué ser lo dionisíaco algo inmutable. Podemos entenderlo como algo que convive con lo apolíneo, de forma retroalimentaria. Asociando lo apolíneo a lo convencional y lo dionsíaco a lo que irrumpe en la regla y la reconstruye por medio de otras reglas, con una realidad siempre misteriosa y extraña; así se explica de forma nietzscheana el origen del arte.
Nietzsche habla del “principio de individuación” como lo que hace posible que cada uno de los individuos sobrevivan, por encima de la locura, de la trágica existencia। Es lo que permite expresar la voluntad común (lo “uno”, la naturaleza incomprensible) mediante la voluntad individual y lo que permite al artista, mediante las reglas apolíneas, pero siempre en contacto con lo dionisíaco [“Sócrates (apolíneo) cultivador de la música (dionisíaca)”] mostrar la verdad de la vida:
“Como sobre el mar embravecido, que, ilimitado por todos lados, levanta y abate rugiendo montañas de olas, un navegante está en una barca, confiando en la débil embarcación; así está tranquilo, en medio de un mundo de tormentos, el hombre individual.”
Cuando hablamos de un Sócrates que valoraba por encima de todo el conocimiento, según Nietzsche un falso optimista que cree poder desvelar los misterios de la existencia, o de Eurípides que, según Nietzsche olvida la esencia de la tragedia al hacerla más comprensible para el público, hablamos también del ser que necesita comprenderse para poder actuar, que necesita ser indivíduo para sobrevivir, y que no por ello deja de debatirse en la duda dramática sobre los misterios “dionisíacos”, es decir que nunca llega a comprenderse completamente, pero que necesita su “debil embarcación” para seguir adelante.
Manuel Serén
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